martes, 28 de febrero de 2017

El árbol de las hojas locas. Cuento.




EL ÁRBOL DE LAS HOJAS LOCAS



Erase una vez un paisaje otoñal con su infinidad de tonos marrones, anaranjados y rojos, la suavidad de los colores,  las caricias de la lenta brisa resbalando en los rostros de todos los allí presentes, todos los que estábamos siendo testigos de tan grandioso espectáculo de la naturaleza.
En medio de ese majestuoso paisaje, regalo ofrecido por los magos más mágicos del universo, había un árbol llamado el árbol de las hojas locas. ¿Que porqué se llamaba así el árbol? Pues ahora mismito os lo cuento.
Poco a poco las hojas de sus ramas iban cayendo de diversas formas, algunas caían planas, con lentitud dejándose llevar por el viento, miraban sosegadamente donde era el mejor lugar para caer; en el agua, en la tierra, sobre una barca, aprovechaban el tiempo de caída para pensar y planear donde les gustaría llegar y mientras los minutos se transformaban en segundos eran posadas sin apenas tener tiempo donde finalmente el viento decidía, comprendían al instante que no habían tenido control sobre nada y que la próxima disfrutarían de dejarse fluir y del arte del instante el Aquí y el Ahora.
Otro tipo de hojas caían nerviosas, su tiempo pasaba rápido como su caída, mil volteretas para un lado, mil remolinos para el otro, sentían miedo de donde caer y sabían que todo acabaría, se ponían limites, no deseaban caer al agua y desaparecer del mundo mojadas, no deseaban caer en la tierra y terminar siendo pisadas, pues se sentían "muy importantes como para terminar de ese modo".  No aceptaban que su tiempo había pasado. Eran las hojas más infelices y secas del árbol.
Y por fin estaban las que eran llamadas las "hojas locas". Estas en su caída transmitían alegría, felicidad, liviandad, movimiento, fluidez. Disfrutaban de los soplidos del viento, eran saltarinas, reían en su caída dando 2 vueltas a la derecha, 2 piruetas a la izquierda, una acrobacia por aquí otra por allí, su caída de un baile se trataba.  Sabían y aceptaban que ya habían cumplido su función en el árbol y que tenían que dejarlo desnudo para dar paso a hojas nuevas y frescas que de nuevo adornaran el árbol como ellas lo habían hecho anteriormente.  Les entusiasmaba ese último momento y sobretodo no les importaba donde iban a caer, pues allá donde las ráfagas del destino las posasen ellas lo aceptarían con alegría y entusiasmo, sabían que “todo” “siempre” estaba “perfecto”…  seguirían formando parte del Todo.

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